15.8.11

Vivimos en un mundo de paradojas por las cuales la gente que se quiere se insulta muy seguido.
Por las cuales uno es peor persona (porque aflora lo peor de uno) con aquellos que uno más ama.
Por las cuales uno nunca termina de apreciar lo maravilloso del amor que lo rodea.
Por la cual uno, en realidad, reflexiona sobre estas cosas sin tener en claro qué es el ser humano, qué es ser buena persona, qué es el dolor y qué es el amor.






Hace unos días, por primera vez, mientras alguien daba vueltas al rededor mío, me miré en el espejo y me vi por vez primera. Vi mi cuerpo. Vi un... algo con forma muy rara, y pensé que eso era lo que el resto veía de mi. Como una prisión de mi yo, una forma concreta de mi alma pacifista y con deseos de trascendencia. Me asusté. ¿Qué era eso?
Después se fue. Volví a sentirme en mí misma. Y decidí que esa masa informe ni bella ni horripilante (sino algo muchísimo más indescriptible y morboso, algo que parecía creación, pero no era más que un epaque descartable y carcelero) no podía ser el generador de mis pensamientos, ni de mi sed de infinito. De cada cosa buena y mala que me susurraba en los oídos, invención mía e influencia, motor de mis actos (pero no de mis actos físicos, sino de los otros, mucho más profundos). No, un simple cerebro que se maneja por simples células de impulsos nerviosos y sustancias excitantes no podían mover mi vida. No, aquello debía ser algo ajeno, algo externo...
¿Uno piensa con el alma?
Yo creo que con el alma uno ama. El resto es lógica.