25.3.11

E L   M I O   E S   U N   M U N D O   S I N   E S T E
(ella sólo mira hacia algún punto entre el Norte y el Sur)

23.3.11

Esa foto se explica por si sola.






Its raining, raining.
Y mi boca no deja de tragarse el veneno de las palabras que mi cabeza no quiere decir.
El río me moja los pies.
El río son mis lágrimas.
Mi boca se consume en un beso del veneno real,
Y el mar me está esperando, en falta de conciencia
Por haber explotado, por callar. 
A veces siento que me rodean ángeles que me comen los pies de dama, que me acobijan en protección cuando estoy por pisar un escalón equivocado. ¿Serán ángeles, campanas o águilas hechas de luz y trueno? 
Ángeles que me toman del cuello y me hacen retroceder a los hechos que tengo que recordar, y me hacen correr más velozmente cuando tengo que huir de esas cosas que me tienen apretujándome el corazón inútilmente.
Por ángeles, me refiero, por supuesto, a una mano sobre mi mejilla, que me deja dormir plácida, cerrar los ojos confiada en el templo de su habitación, que me abraza y deja afuera todos los microbios del mundo (parásitos incluídos), mirándome con su gran sonrisa, y riéndose con sus grandes ojos verdes.
Campanas porque cuando se ríe crepitan en mí los más hermosos recuerdos.
Y porque en cada luz primera en sus ojos cerrados me abraza de nuevo hecha todo un nudo de luz y calor...
Trueno cuando me forma, y águila cuando me proteje con sus garras.
Una mano, o una mamá.
¿Cómo se supone que me voy a convertir en aire cuando muera, si ahora no soy más que un pedazo amorfo de polvo?
¿Cómo se supone que tengo que ser luz para vivir, si en mi piel no hay nada más que un poco de madera quebrada en voluntad?
Basta para mi, mundo...

4.3.11

Tengo la firme teoría de que uno debe festejar su cumpleaños el día anterior.

Miento.

 Es decir, no debe festejar su cumpleaños, sino el último día en el cual tiene cierta edad. Porque después tenés todo un año para tener, suponete, diecisiete. Pero sólo ese último día de dieciséis.
Sí, ahí viene la lógica réplica: como tuviste un año entero para tener dieciséis. Pero seámos honestos: uno debería celebrar todos los días su edad, pero en el trajín diario se nos escapa festejar que estamos vivos desde hace dieciséis días, once meses, 29 días y 23 horas. ¿Cuándo lo recordamos? justo cuando estamos a punto de cumplir un nuevo aniversario, en el cual  nos invade la conocida nostalgia, el anhelo de retornar a lo viejo o la impaciencia por lo que vendrá. Para esta altura, el cumpleaños es más un rito social que una celebración hacia la gracia maravillosa que representa que una persona viva desde hace diecisiete años. ¿Por qué nadie se acuerda de eso el día del cumpleaños (ni por decir todos los demás días del año) y se empeñan en regalarse cosas sin mucho sentido más que gastar dinero por compromiso? ¿Por qué, en el medio del cumpleaños, nadie se pone a pensar en el verdadero sentido de su vida, y a preguntarse si no vive en vano?
¿Por qué no celebrar el último día de nuestra pequeñez en comparación a lo grandes que vamos a ser en tan sólo unas horas? Celebremos que hoy es nuestro último día de la vida de conciencia. Celebremos que aún la sociedad no se comió nuestro cerebro en de aperitivo entre el bistec y los camarones. Celebremos que es el último día que nos vamos a acordar de que estamos vivos y de que tenemos que vivir bien. Quizás esa sea la única manera de recordarlo más seguido.

Ahora, sí, Luz Boreal.
Feliz cumpleaños.