4.3.11

Tengo la firme teoría de que uno debe festejar su cumpleaños el día anterior.

Miento.

 Es decir, no debe festejar su cumpleaños, sino el último día en el cual tiene cierta edad. Porque después tenés todo un año para tener, suponete, diecisiete. Pero sólo ese último día de dieciséis.
Sí, ahí viene la lógica réplica: como tuviste un año entero para tener dieciséis. Pero seámos honestos: uno debería celebrar todos los días su edad, pero en el trajín diario se nos escapa festejar que estamos vivos desde hace dieciséis días, once meses, 29 días y 23 horas. ¿Cuándo lo recordamos? justo cuando estamos a punto de cumplir un nuevo aniversario, en el cual  nos invade la conocida nostalgia, el anhelo de retornar a lo viejo o la impaciencia por lo que vendrá. Para esta altura, el cumpleaños es más un rito social que una celebración hacia la gracia maravillosa que representa que una persona viva desde hace diecisiete años. ¿Por qué nadie se acuerda de eso el día del cumpleaños (ni por decir todos los demás días del año) y se empeñan en regalarse cosas sin mucho sentido más que gastar dinero por compromiso? ¿Por qué, en el medio del cumpleaños, nadie se pone a pensar en el verdadero sentido de su vida, y a preguntarse si no vive en vano?
¿Por qué no celebrar el último día de nuestra pequeñez en comparación a lo grandes que vamos a ser en tan sólo unas horas? Celebremos que hoy es nuestro último día de la vida de conciencia. Celebremos que aún la sociedad no se comió nuestro cerebro en de aperitivo entre el bistec y los camarones. Celebremos que es el último día que nos vamos a acordar de que estamos vivos y de que tenemos que vivir bien. Quizás esa sea la única manera de recordarlo más seguido.

Ahora, sí, Luz Boreal.
Feliz cumpleaños.

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